Dra. Katja Yafimava «Europa se abastece de gas de diversos proveedores del mercado mundial, y el GNL se está convirtiendo en la principal fuente»

Brianne DelBonifro
By Brianne DelBonifro

El estallido de la guerra entre Rusia y Ucrania ha sumergido al mundo en un escenario de incertidumbre. Por un lado, con la sombra amenazante de una recesión económica. Por otro, con el estallido de una crisis energética sin precedentes. Por el momento, la Unión Europea ha logrado sobrevivir en el primer invierno pese a la drástica caída del suministro de gas ruso. Ahora bien, ha salido adelante sin haber puesto en práctica unos planes sólidos que le permitan continuar importando gas procedente de socios fiables a un precio asequible. Todo ello pone un interrogante sobre la mesa: ¿qué impacto acabará teniendo el conflicto armado para el sector energético de la Unión Europea y Estados Unidos?

Para abordar esta cuestión, el Institut d’Estudis Nord-americans (IEN) organiza el USA&EU Barcelona Meeting 2023. Con el título La Geopolítica de la Energía después de Ucrania, la jornada contará con ponencias de voces internacionales expertas que reflexionarán en torno a los efectos que ha tenido y que podrá tener en un futuro la geopolítica de la energía en ámbitos como las relaciones políticas entre la Unión Europea y los Estados Unidos. La jornada tendrá lugar este jueves, 9 de marzo, de 16:30 a 20:15 h en el Palau Macaya de Barcelona.

Una de las expertas que participará es Katja Yafimava, investigadora principal del programa de investigación sobre el gas del Oxford Institute for Energy Studies. A pocos días del evento, conversamos con ella para empezar a esbozar qué retos tendrán que afrontar Estados Unidos y la Unión Europea en el campo energético a raíz del conflicto entre Rusia y Ucrania.

Desde el estallido del conflicto, el precio de la electricidad y del gas ha subido mucho. ¿Cree que la decisión de sancionar a Rusia prescindiendo de sus fuentes de energía está siendo una medida eficaz para debilitar su economía?

El 24 de febrero de 2022, occidente decretó sanciones masivas para varios sectores de la economía rusa con la esperanza de que el país redujera su capacidad de financiar la acción militar en Ucrania. Un año después, hemos visto cómo esto no se logró. La economía rusa ha sido capaz de resistir. Ahora bien, las sanciones sí le supondrán un impacto negativo a largo plazo. Desde el principio, he pensado que era un error creer que las sanciones podrían aplastar a la economía rusa. Es un país muy grande y muy integrado en la economía mundial, no sólo con los países occidentales.

Exactamente, ¿por qué cree que las sanciones no tuvieron los efectos previstos?

Si las medidas no funcionaron, fue por tres razones principales. En primer lugar, porque Rusia es un gran exportador de energía, especialmente de petróleo, de productos derivados y de gas. Al ser la Unión Europea muy vulnerable a las crisis de los precios del petróleo, no impuso sanciones al petróleo ruso hasta diciembre de 2022 y este pasado mes de febrero. Rusia ha tenido tiempo de redirigir sus flujos. En el caso del gas, Europa también depende mucho del gas ruso y, por ello, ha aprobado sanciones que sólo afectan al mantenimiento técnico y la tecnología del gas natural licuado (GNL). En segundo lugar, la traza del gobierno ruso a la hora de hacer frente a estas sanciones económicas le ha permitido sortear muchos de los efectos negativos. Por último, dado que occidente está diversificando su economía para alejarse de Rusia, el país está haciendo lo mismo y cada vez mira más hacia Asia. El resultado es que se está produciendo un reequilibrio y una reconfiguración a gran escala. Esto nos demuestra lo interconectada que está la economía mundial: es imposible aislar a un actor económico tan poderoso como Rusia sin provocar graves consecuencias negativas en todo el mundo.

Por lo que respecta al gas natural licuado (GNL), Europa sigue teniendo una fuerte dependencia energética de Rusia. De hecho, en 2021, las importaciones europeas desde Rusia de esta fuente de energía se dispararon un 40%. Desde un punto de vista moral y financiero, ¿hasta cuándo puede durar esta situación?

Por Europa, cortar los lazos gasísticos con Rusia supondría perder cerca de un tercio del suministro de gas de forma permanente. Inevitablemente, esto aumentaría el precio que Europa debería pagar por suministros alternativos. Europa se abastece de gas a través de proveedores de todo el mundo. El GNL se está convirtiendo en la fuente principal -especialmente, para Estados Unidos (40%) y Qatar (13%)-, pero también para otros países. Ahora bien, conseguirlo no es sencillo: no habrá suministro adicional de gas natural licuado hasta 2026 o 2027. Esto apunta a que habrá una feroz competencia mundial para comprarla. Ciertamente, Europa ha podido atraer importantes volúmenes de importaciones de GNL del mercado mundial, pero los países más pobres como Pakistán, India o Bangladesh no lo han logrado. Esto ha hecho que, en países como Pakistán, por ejemplo, se hayan producido apagones generalizados. Todos los proveedores de gas por gasoducto en Europa -como el del norte de África, el de Noruega o el de Azerbaiyán- han suministrado volúmenes estables de gas en los países europeos, pero no podrán aumentar su cantidad a corto plazo. Por suerte, dado que hemos vivido un invierno suave y el precio del gas para la industria ha aumentado, la demanda ha disminuido.

Desde 2011, EEUU superó a Rusia como primer productor mundial de GNL. Ahora, a raíz de la alta demanda, podrían convertirse también en el principal país exportador de ese recurso. ¿Eso podría tensar las relaciones de EE.UU. con la UE?

Si se parte de la base que el gas ruso desaparece completamente del balance de gas en Europa, Europa queda muy expuesta en el mercado del GNL. Las importaciones de GNL en los países europeos han aumentado en torno a un 60% en sólo un año, con la voluntad de sustituir el gas ruso. La mayor parte, procedente de EE.UU. y de Qatar. Un factor importante en esta ecuación son las políticas de neutralidad climática de la UE, que fijan el objetivo jurídicamente vinculante de reducir las emisiones netas de gases de efecto invernadero en un 55% para 2030, en comparación con 1990, y llegar a la neutralidad climática en 2050. Tener este objetivo complica la firma de nuevos contratos de GNL, ya que los exportadores de países como Estados Unidos buscan contratos a largo plazo, con una duración de 20 o más años que les permita financiar sus inversiones. En cambio, los compradores europeos son reacios a cerrar contratos con una duración superior a 10 años, ya que no saben durante cuánto tiempo más van a necesitar el gas. Asimismo, recientemente, China ha firmado contratos de 20 años con un proveedor estadounidense de GNL. Los exportadores estadounidenses suministrarán gas a Europa si se logran pactar contratos comerciales mutuamente aceptables. Creo que pensar que el estatus de aliado entre la UE y EEUU prevalecerá por encima de los intereses económicos es un error.

En su opinión, ¿cuál será el mayor obstáculo al que se enfrentará Occidente para avanzar de manera solidaria hacia un suministro energético sin Rusia?

Es difícil saberlo porque, por último, cada país se moverá por su propio interés nacional, que valorará más que los intereses nacionales de sus aliados. Esto funciona así. Podríamos ver una situación en la que estos intereses se alinearan, pero también podríamos chocar con situaciones en las que divergieran. Si se materializa este segundo escenario, habrá que tomar decisiones difíciles, tanto comerciales como políticas. La solidaridad llegará hasta donde sea aceptable para el electorado de cada país. Todavía hay límites hasta dónde se puede llegar.

¿Qué mensaje le gustaría transmitir en la jornada?

Me gustaría dejar claro que Europa debe tomar una decisión importante: avanzar hacia un futuro con o sin gas ruso. Si prescinde de ello, Europa dependerá mucho más del GNL, que ya se ha convertido en su principal fuente de suministro, y estará expuesta a los cambios del mercado mundial. Para conseguirlo, los próximos años tendrá que competir fuerte con Asia. A corto plazo, es decir, durante los dos próximos inviernos, es probable que los precios se mantengan altos y volátiles y podría haber racionamiento de gas, sobre todo en Alemania y Europa central y oriental. Entre 2026 y 2027, el mercado europeo del gas se reequilibrará, puesto que habrá más GNL disponible y se construirán más infraestructuras para conducirlo, pero se reequilibrará a un precio más elevado que del que teníamos antes de la crisis. Ante estas perspectivas, algunas industrias europeas podrían tener que cerrar o trasladarse a otros lugares.

Por otro lado, un futuro con algo de gas ruso -pero a un nivel mucho más bajo que antes del 24 de febrero de 2022 para evitar exponerse a sufrir una crisis similar de suministro- tiene sentido desde un punto de vista comercial y medioambiental. También permitiría moderar la elevada dependencia europea del GNL importado. Pero, por supuesto, la política tiene un peso tan importante que, para que se ponga sobre la mesa la posibilidad de un retorno discreto del gas ruso a Europa, hay que ver cómo termina el conflicto ucraniano. Y ésta no es una cuestión energética, es una cuestión política y militar. La respuesta depende de cuándo y de cómo se resuelva. Si no termina bien, el futuro del gas ruso en Europa probablemente quedará descartado.

Sea cual sea el futuro que elija Europa (o en el que se encuentre), ambos tendrán sus riesgos.

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