El piano: de las Barrelhouses a la Casa Blanca

Hay una escena en una película muy buena y poco conocida, The Honeydripper, en la que uno de los protagonistas, un negro, como casi todos los personajes del filme, se hace una pregunta que tiene un peso histórico y a la vez un aliento poético. En un monólogo maravilloso donde deja volar su imaginación dice: ¿Se ha preguntado nunca en qué momento, en qué instante, ese esclavo o aquel siervo, que pasaba siempre por delante del piano instalado en el salón de su amo, que miraba con curiosidad aquel instrumento, se decidió, cuando nadie le veía, a abrir la tapa, poner las manos en el teclado y empezar a extraer sonidos maravillosos, melodías, blues. . .? El hecho es que, aparte de algunos afroamericanos criollos de familias más o menos acomodadas, que habían podido estudiar música, los demás afroamericanos, esclavos o descendientes de esclavos, situados en las capas más pobres de la sociedad, se fueron espabilando para aprender como fuera, normalmente de forma autodidáctica, a expresarse con este fantástico instrumento de teclas blancas y negras, de las cuales no sabían su nombre y descubrían sus diferentes sonidos por puro tanteo. Los primeros, quienes habían estudiado música eran los que tocaban y componían los Ragtimes y tenían cierta fama y cotización. Los demás, aprendiendo a tocar como podían en sus ratos de ocio, fueron los pianistas que animaban aquellos establecimientos sucios, pobres y de mala reputación, donde se tocaban blues y boogie woogie, y los parroquianos bebían, bailaban, alternaban, etc. Eran los establecimientos llamados Barrelhouses y Honky Tonks. También en los barrios de las grandes ciudades, donde se organizaban las House Rent Parties (fiestas que los vecinos de edificios de pisos organizaban para recoger dinero y pagar el alquiler), estos pianistas eran muy solicitados. Más adelante, en las orquestas de jazz el piano se convirtió en un instrumento imprescindible y empezaron a surgir solistas notables que ya tenían sólidos conocimientos de música, lo que no les ahorraba tener que ganar algún dinero suplementario en las House Rent Parties. Cuando a finales de los años treinta el jazz empezó a alcanzar cierto prestigio, estos pianistas de jazz, con sus orquestas y también como solistas, pisaron escenarios distinguidos, como el del Carnegie Hall de New York. Grabaron discos con sellos importantes y algunos recorrieron todo el mundo logrando un reconocimiento general.

Cuando en 1969, en motivo de su 70 aniversario, Duke Ellington fue invitado por el presidente Richard Nixon a una fiesta en su honor en la Casa Blanca, donde se le entregó la Medalla de la Libertad, entre los invitados a la fiesta había grandes pianistas de jazz que ofrecieron una gozosa jam session: aparte de Duke Ellington, estaban Earl Hines, Willie The Lion Smith, Billy Taylor, Dave Brubeck, etc. El piano-jazz, después de un camino de más de cien años, había llegado a la Casa Blanca.