Sergi Plans: «El arte abstracto español y el estadounidense tienen puntos en común»

Por Marc Amat

En 1966, en una España que culminaba la institucionalización del régimen franquista y en medio de un mundo marcado por las dinámicas de la guerra fría, el pintor de origen filipino Fernando Zóbel abrió un museo en el pequeño municipio castellano de Cuenca. Podría parecer algo anecdótico, pero este paso se convirtió en un haz de luz para muchos artistas pictóricos españoles. Financiado al margen de las instituciones oficiales, el Museo de Arte Abstracto Español de Zóbel nacía con el objetivo de conectar la cultura española con la modernidad que envolvía a las democracias occidentales como la de Estados Unidos. Lo consiguió enseguida. El año de su inauguración ya recibió la visita de Alfred H. Barr, fundador y primer director del MoMA, que lo definió como «el pequeño museo más bonito del mundo», y la revista Time le dedicaba un amplio reportaje.

En sus paredes, se exhibían obras de arte no figurativo de artistas españoles procedentes de la colección personal de Zóbel. En su biblioteca, se podían consultar catálogos de arte, revistas y documentación artística de todo tipo que llegaba de todo el mundo. El museo se convirtió en una de las pocas ventanas abiertas que llevaron a España la brisa del expresionismo abstracto estadounidense. Pero, ¿cómo acabaron influyendo artistas como Mark Rothko, Jackson Pollock o Willem de Kooning a artistas catalanes como Modest Cuixart, Albert Ràfols-Casamada o Joan Hernández Pijuan?

Algunas respuestas las podemos encontrar recorriendo las salas de la exposición Los caminos de la abstracción, 1957-1978. Diálogos con el Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca, concebida y organizada por la Fundació Catalunya La Pedrera y la Fundación Juan March. Nos guía Sergi Plans, que junto a Manuel Fontán del Junco y Marga Viza, es comisario de la muestra. La exposición se puede visitar en la sala de exposiciones de La Pedrera hasta el 15 de enero de 2023.

Los caminos de la abstracción es una exposición, pero también un intenso diálogo. ¿Podríamos definirla así?

Sí. Hemos planteado la muestra intentando establecer conversaciones íntimas y discretas entre las obras que exponemos. Por ejemplo, Antoni Tàpies dialoga con Jean Dubuffet, Jordi Teixidor con Ad Reidhart, o Albert Ràfols-Casamada con Mark Rothko, … Hemos seguido la filosofía que Fernando Zóbel utilizó para organizar el museo de Cuenca. Él no entendía su museo como una instalación enciclopédica y cronológica, sino como una experiencia estética, como un espacio que debía favorecer el diálogo constante entre las obras, que también conversaban con la singularidad de los edificios del siglo XV que las acogía: las Casas Colgadas de Cuenca. Aquí hemos procurado hacer lo mismo, pero dialogando con la fascinante Casa Milà, de Antoni Gaudí, declarada por la UNESCO, también Bien cultural del patrimonio mundial.

La exposición nos demuestra hasta qué punto el expresionismo abstracto estadounidense influyó a pintores catalanes y españoles. ¿Cómo se gestó esta conexión?

Es una historia larga y con grandes dosis de política. Para empezar a desgranarla, debemos situarnos en 1945. En el ámbito artístico, el punto final a la Segunda Guerra Mundial hizo nacer una nueva generación de artistas marcados por el dolor, el sufrimiento, la falta de esperanza y la angustia derivada del conflicto. Sus obras cuestionaban la forma, el espacio y los materiales que hasta entonces se habían utilizado y abrían la puerta de nuevo a la abstracción para establecer una nueva relación del pintor con la realidad; se insiste en la proyección libre de la expresividad, reveladora de la subjetividad del artista. En Estados Unidos surgió el expresionismo abstracto. En Europa, el informalismo.

En medio de este panorama, ¿el arte español qué papel jugaba a nivel internacional?

La inestabilidad política y el crecimiento de los totalitarismos en la Europa de los años treinta hizo que muchos artistas del Viejo Continente emigraran a Estados Unidos y siguieran desarrollando su carrera artística desde allí, como Josef Albers o Hans Hofmann, que continuarían con la su tarea pedagógica y se convertirían en maestro de muchos de los artistas que después conformarían la joven generación de los expresionistas abstractos, como William de Kooning, Lee Krasner o Helen Frankenthaler, artistas presentes en esta muestra. Sin duda, era un momento de cambio porque la capitalidad artística mundial empezaba a bascular de París hacia Nueva York. Después de la Segunda Guerra Mundial, España quedó totalmente aislada del exterior, también a nivel artístico.

A partir de la década de 1950, España inicia un proceso de tímida apertura hacia el exterior. ¿Se notó en el campo artístico?

Sí. Concretamente 1953 marcó un punto de inflexión. Ese año, el primero de la presidencia del presidente estadounidense Dwight Eisenhower, se firmó con la España del dictador Francisco Franco los Pactos de Madrid, que aseguraba ayuda económica y militar al régimen a cambio de la instalación de cuatro bases militares estadounidenses. A partir de aquel momento, España empezó a romper el aislamiento y el período de autarquía, y a ampliar el marco de relaciones internacionales. Además de Estados Unidos, con el Concordato con la Santa Sede o la incorporación al ONU. Sin duda esto abrió la puerta al arte proveniente del exterior y, en concreto, del estadounidense.

Estados Unidos, ¿cómo daban a conocer su arte en Europa?

El arte abstracto americano se identificó, sin fisuras, como la marca de la libertad de las democracias liberales y, al mismo tiempo, como el antagonista del arte de los sistemas comunistas, de lo que pronto se convertiría en el otro lado del Telón de Acero. Estados Unidos practicaba una intensa política de promoción internacional de su arte, como herramienta de diplomacia cultural. Organizaban exposiciones itinerantes que recorrían las principales ciudades europeas. Siempre habían pasado de largo de España, hasta que, a partir de 1953, empezaron a detenerse. De esta forma, los artistas catalanes y españoles pudieron ver con sus propios ojos la obra de los artistas abstractos americanos. Exposiciones como la de la Virreina en 1955 o la de 1958 en Madrid en el recientemente remodelado Museo de Arte Contemporáneo, con obras procedentes del MoMA, marcaron un punto de inflexión en el arte catalán y español.

De la misma manera que el arte estadounidense entró en España, ¿el arte español también llegó a Estados Unidos?

Efectivamente. La relación fue bidireccional. En 1960, se llevaron a cabo dos grandes exposiciones sobre el arte español en Nueva York. La primera, en el Guggenheim Museum, que acababa de abrir sus puertas. Se llamaba Before Picasso. After Miró. No fue algo aislado. De hecho, el museo ya incluyó en su fondo permanente obras de Tàpies y de Chillida. El mismo año, también en Nueva York, se inauguró la New spanish painting and sculpture, organizada en colaboración con el Ministerio de Asuntos Exteriores español y que pudo verse durante cuatro meses en el MoMa. Se pudieron ver a Tàpies y Chillida, pero también a Cuixart, Tharrats, Saura o Canogar. El arte informalista español era valorado internacionalmente.

¿De qué forma encajaba el informalismo español influido por el expresionismo abstracto estadounidense dentro del franquismo?

A partir de mediados de los años 50, los pintores españoles se empapaban de las influencias exteriores y las incorporaban a sus obras, pero debían hacerlo con astucia. Debían sortear la censura y la represión del régimen. Sin embargo, el franquismo no veía el arte de los informalistas como un elemento susceptible de ser subversivo. Incluso, en la III Bienal Hispanoamericana celebrada en Barcelona en 1955, Franco aseguró que, si esto era la revolución, no suponía ningún problema. Estas palabras hicieron que los aparatos ministeriales empezaran a exportar el arte abstracto español hacia el exterior y potenciaran su presencia en las grandes bienales artísticas. Se recogerán importantes reconocimientos internacionales, pero por lo contrario en el interior no recibía ningún apoyo, ni estaba presente en los pocos museos públicos existentes.

La exposición puede verse en La Pedrera hasta el 15 de enero de 2023, pero también cuenta con un programa de actividades que se realizaran en otros equipamientos. ¿En qué consiste? 

Queremos que la exposición se expanda por toda la ciudad de Barcelona y establecer diálogos sobre la abstracción con otras disciplinas artísticas, como la música, la fotografía o el cine. Por eso desde la Fundación Catalunya La Pedrera hemos cocreado con otras instituciones culturales una serie de propuestas para ampliar contenidos y aportar otras miradas que amplifican la exposición. Se pueden consultar todas en nuestra página web. Haremos actividades con el Gran Teatre del Liceu, con la Filmoteca de Catalunya, con la Fundació Antoni Tàpies, con l’Escuela Superior de Música de Cataluña (ESMUC), con la Biblioteca de Catalunya, con la Fundació Foto Colectania y con la Fundació Suñol .

 

Más información de la exposición: https://www.lapedrera.com/es/agenda-actividades-barcelona/exposiciones/los-caminos-de-la-abstraccion-1957-1978

Programació de l’exposició expandida: https://www.lapedrera.com/es/agenda-actividades-barcelona/ciclo/exposicion-expandida

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