Josep M. Colomer: «La actual polarización política de Estados Unidos tiene origen en su sistema institucional»

Fotografía: Alicia Colomer

Por Marc Amat

El 6 de enero de 2021, una muchedumbre de seguidores de Donald Trump irrumpió en el Capitolio de Estados Unidos para conseguir que el vicepresidente Mike Pence y el Congreso rechazaran al presidente electo Joe Biden. Este episodio sorprendente y sobrecogedor fue el resultado de un in crescendo de hostilidades políticas que, durante décadas, había ido erosionando el sistema institucional de Estados Unidos. Así lo lee el prestigioso politólogo y economista Josep M. Colomer en su último libro La polarización política en Estados Unidos (Debate, 2023). En sus páginas, Colomer señala el diseño institucional del país estadounidense -con la separación de poder entre el Congreso y la Presidencia y sólo dos partidos- como el responsable de provocar la aparición constante de encarnizadas rivalidades políticas y territoriales.

Con un tono entendedor y una escritura rítmica, Colomer ha trenzado un ensayo lúcido sobre cómo el deterioro de la eficacia de los gobernantes puede acabar generando una crispación creciente en la escena política. Para ello, se nutre de su larga trayectoria académica y profesional. Actualmente, es profesor de Ciencia Política en la Universidad de Georgetown, en Washington DC, e investigador asociado del Instituto de Ciencias Políticas y Sociales de Barcelona. ¿Cómo debemos entender el asalto al Capitolio? ¿Qué síntomas de mal funcionamiento está dando el sistema institucional de Estados Unidos? ¿Qué aportaciones podrían realizarse para mejorarlo? Para analizar estas cuestiones, este mes entrevistamos a Josep M. Colomer.

El 6 de enero de 2021, las imágenes del asalto al Capitolio de Estados Unidos recorrieron todo el mundo. ¿Cómo explica ese episodio?

En los medios de comunicación se ha repetido muchas veces que lo que vivimos fue un caso sin precedentes. Ahora bien, a lo largo de la historia, el país norteamericano ha tenido que enfrentarse a varios episodios de violencia institucional. Si llevamos la mirada más allá del pasado reciente, entre 1830 y 1860 se vivió una gran escalada de tensión y violencia, incluso entre los propios congresistas. Con la abolición del esclavismo como tema troncal, la dinámica acabó desembocando en una sangrienta guerra civil, con 750.000 personas fallecidas, una cifra que suponía el 2,5 % de la población estadounidense de la época. Ahora, desde hace casi tres décadas, estamos viviendo otro continuo aumento de tensión en el campo de la política interna estadounidense. Esta vez no va a desembocar en una guerra civil, pero está paralizando la política. Existen problemas para aprobar los presupuestos; últimamente, se han vivido cuatro impeachments, cuando tan sólo había habido uno en el siglo XIX; cuesta mucho legislar…

¿Debemos entender la retórica de Donald Trump y el asalto al Capitolio como un punto culminante de esta escalada?

Es una consecuencia. El inicio de las tensiones debemos ir a buscarlo a mediados de la década de 1990. En 1994, después de muchos años sin conseguirlo, los republicanos obtuvieron mayoría en el Congreso. Desde el primer día, actuaron creando un clima de hostilidad política contra el presidente Clinton. Intentaron impugnarlo, destaparon escándalos… Hoy, este comportamiento sigue todavía: los republicanos adoptan una posición de boicot hacia las instituciones que no controlan.

Y esto hace que el sistema institucional se tambalee.

No es que sean personas más malvadas o conflictivas: el problema radica en el propio diseño institucional del país, que crea incentivos para que esto ocurra. Ésta es mi tesis.

Pero entonces es un problema que viene de muy lejos, debe tener su origen en la misma constitución.

En el siglo XVIII, cuando Estados Unidos aprobó su carta magna, realizaron un experimento: crear una república en un país de grandes dimensiones. Esto no existía en ninguna parte y, en cierto modo, podemos decir que pagaron la novatada. Redactaron una constitución muy pensada para defenderse de los ejércitos británicos, franceses y españoles, que todavía tenían colonias cerca. Por tanto, la política exterior era su elemento troncal. Con la creación de Estados Unidos, los estados recientemente independientes que formaron parte de ellos querían tener un gobierno más firme. A lo largo de los siglos, la política exterior ha continuado siendo el eje del sistema estadounidense. Lo vimos, por ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial o la Guerra Fría. Ahora, con Rusia y China hay cierta nostalgia para revivir momentos como la Guerra Fría, pero no puede compararse. Cuando hay un enemigo claro y amenazante, la política exterior toma vuelo y todo el país se cohesiona para hacerle frente. Sin embargo, cuando el enemigo está más desdibujado, afloran un montón de temas internos que no estaban resueltos.

¿Cómo cuáles?

Hay muchos. La asistencia sanitaria de Obama, que no terminó de funcionar; temas vinculados con la educación; el control fronterizo y la gestión de la ola de inmigrantes que quieren entrar en el país; el uso de las armas de fuego; el aborto; la legislación sobre las personas transgénero; las constantes tensiones raciales… Son temas internos que nunca se han abordado. Con el sistema institucional estadounidense, resolver estos conflictos mediante dos instituciones gobernadas por dos partidos distintos que se bloquean mutuamente es muy complicado. Dado que los partidos son incapaces de resolver los problemas, han ido apareciendo movimientos sociales como Me Too o Black Lives Matter, pero también Tea Party o antivacunas.

¿La polarización política se ha traducido en una creciente polarización social?

En algunos conflictos anteriores, como en los años de la Guerra Fría, el gobierno intentaba crear un cierto clima de miedo entre la población. Los animaban a construir refugios atómicos en su casa, promovía simulacros en los centros educativos… La mayoría de la gente, sin embargo, se alejaba de la histeria y hacía una vida normal. De hecho, en los años 50, la sociedad fue avanzando mucho, con la masificación de los automóviles, la entrada de la televisión y los electrodomésticos en las casas, de la Coca-Cola, de Hollywood… Análogamente, la polarización política actual es mucho más fuerte a nivel político que social. De hecho, es muy espectacular y demagógica pero la inmensa mayoría de la gente no está polarizada. En los mítines de Donald Trump tan sólo acuden un 2% de los votantes, por ejemplo. Él demoniza a los inmigrantes, pero no hay ninguna noticia de conflicto civil con inmigrantes.

En su libro, recuerda a menudo que el país estadounidense es enorme.

Una de las cosas que menos esperaba encontrar en el país cuando fui a vivir fue la gran fragmentación territorial. Esto no es Estados Unidos de América: es Estados Desunidos de América. Como mínimo, puedo identificar seis países diferentes, en sus fronteras, como la Costa Este, el MidWest, Texas, California, el Sur… Hay territorios con grandes diferencias y sentimientos hacia los demás, pero han construido la nación basándose en compartir una bandera, una moneda y un idioma.

¿El tamaño del país también ha condicionado la eficacia del sistema institucional?

Cuando hicieron la Constitución, los delegados se inspiraron mucho en Montesquieu. De hecho, el pensador francés es el autor más citado en las deliberaciones de los estadounidenses. El autor no sabía hablar inglés, pero había visitado Inglaterra para analizar su sistema político y poder describirlo en un capítulo del libro El espíritu de las leyes (1748). En Estados Unidos, lo tomaron de referencia. El problema fue que, en realidad, el sistema británico que describía el intelectual llevaba más de un siglo obsoleto. Quien lo instruyó durante la visita fue un inglés monárquico que había sido expulsado años atrás de la Cámara de los Lores por conspirar para restablecer la monarquía absoluta, se había exiliado en Francia y hablaba francés. Le contó una monarquía medieval, Montesquieu lo reprodujo y los delegados de Filadelfia se inspiraron en ella sustituyendo al Rey por un Presidente ejecutivo con muchos poderes. El resultado fue la creación de una república en un enorme país. No había caso así. El modelo todavía es único en el mundo, los propios estadounidenses ni siquiera lo implantaron en otros países, como Alemania o Japón, después de la Segunda Guerra Mundial.

¿Qué medidas cree que debería incorporarse al sistema para acabar con el mal funcionamiento que describe?

Le dedico el último capítulo del libro. Hago sugerencias de reformas institucionales, pero no propongo una nueva constitución. Intento identificar experiencias reales que ya están remando en buena dirección, como la reforma del sistema electoral que ya funciona en los niveles locales y estatales de algunos estados, con elecciones con segunda vuelta. También debería aumentarse la cooperación entre el Congreso y el presidente. Ahora, ya hay algunos secretarios de departamentos que visitan periódicamente el Congreso para rendir cuentas. La cooperación entre Washington y los estados aún tiene mucho margen de mejora. Ese papel debería jugarlo el Senado, pero es demasiado partidista. Hay camino por recorrer, y no habría que cambiar mucho la Constitución para avanzar hacia un régimen más parlamentario. Pero el partidismo de confrontación hace muy difícil las reformas institucionales.

Personal website: www.josepcolomer.com

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Josep M. Colomer

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