El éxodo de músicos que se produce en New Orleans tras el cierre del distrito de Storyville (1917), coincide con un gran movimiento migratorio de la población negra des de las tierras del Sur hacia las Ciudades del Norte (Chicago, Detroit, New York, etc.), y como consecuencia de la alta demanda de mano de obra que se produce con la industrialización provocada por la entrada de Estados Unidos en la 1ª Guerra Mundial. De esta manera la población negra pasa de ser casi exclusivamente campesina, a constituir una parte importante del proletariado industrial estadounidense.
Este movimiento migratorio origina la aparición y crecimiento de los barrios negros en las grandes ciudades, como el Harlem de Nueva York y el South Side de Chicago, y favorece la expansión y arraigo de la música de jazz por todo el territorio estadounidense.
Primero Chicago y luego, un poco más tarde, Nueva York se convirtieron en los centros de jazz más importantes de Estados Unidos en los años veinte. El próspero negocio del entretenimiento y el ocio floreció en estas ciudades, aunque mezclado con la corrupción y el crimen organizado de los locos años veinte.
En estas ciudades la música de jazz ya no se hace, como en New Orleans, al aire libre, en prostíbulos o en miserables locales; se hace en todo tipo de locales de ocio, algunos de ellos de verdadero lujo, y se convierte en el soporte imprescindible de espectáculos, shows, bailes y revistas musicales. El jazz entra de lleno en el negocio de la diversión. En aquella época se podía decir con toda autoridad: jazz is entertainment.
El músico de jazz, independientemente de su categoría o genio creativo, tenía muy claro que su trabajo iba dirigido a hacer pasar un buen rato al público y, al mismo tiempo que le hacía disfrutar de la música, le hacía bailar, reír o emocionar, introduciendo gags musicales o visuales estableciendo un contacto directo, cálido y cercano. Los músicos más importantes de la época dorada del jazz (Louis Armstrong, Duke Ellington, Fats Waller, Lionel Hampton, etc.) eran, cada uno a su manera, formidables entertainers.
No es hasta finales de los años treinta que el jazz empieza a convertirse en música de concierto y desde entonces, cada vez más se le percibe como una música seria, difícil y sólo para escuchar. Todo ello ha hecho que el jazz haya ido perdiendo la popularidad de la que gozó durante más de tres décadas.
Recuperar la faceta de diversión y entretenimiento, sin olvidar, por supuesto, la calidad musical, es una de las cosas que harían que el jazz recuperara gran parte del público perdido. Calidad y entretenimiento no tienen por qué estar reñidos. ¡Faltaría más!
Ricard Gili, Fundació Catalana Jazz Clàssic