Los rasgos característicos que definen la música de jazz en su concepción original, no se pueden fijar en ninguna partitura ni papel. Estos rasgos son: un especial tratamiento del ritmo (llamado swing) y un tratamiento del sonido de los instrumentos (diferente de lo que se enseña en los conservatorios y academias) hecho a imagen de los recursos vocales propios de los negros estadounidenses que se encuentran en los cantos tradicionales (blues y gospel songs). Estos rasgos característicos, que es imposible poder plasmar en una partitura, aparecen sólo en el momento de la interpretación en función de las habilidades y personalidad del intérprete. Así pues, si la esencia del jazz no se puede reflejar en una partitura, no podemos hablar con propiedad ni en un sentido estricto de “piezas de jazz” o “partituras de jazz”. Ciertamente, existe una gran cantidad de temas compuestos por músicos de jazz pensados ​​para ser interpretados como música de jazz. Sin embargo, estos mismos “temas de jazz” tocados por un intérprete de música clásica no llegarán nunca a poder ser considerados “música de jazz”. Y, al revés, composiciones no especialmente pensadas para ser tocadas por orquestas de jazz, pueden convertirse en jazz de lo mejor si los que las interpretan ponen los elementos rítmicos y expresivos que hemos mencionado anteriormente. Por eso, desde los primeros tiempos del jazz, junto a temas procedentes de la tradición afroamericana (blues, gospel songs, ragtimes y temas escrito por músicos de jazz), encontramos en los repertorios de las orquestas de jazz, piezas que proceden de la música popular, de las revistas musicales, del cine, canciones tradicionales de origen europeo o de otro origen, etc.

En definitiva, lo que se considera música de jazz no es «qué se toca» sino «cómo se toca». Esta idea, aparentemente tan sencilla, no ha llegado a calar a fondo en nuestra sociedad: desde los críticos hasta el gran público se cometen graves errores en este aspecto y, así, en su momento se criticó a Louis Armstrong cuando interpretaba su gran éxito Hello Dolly!, mientras se daban por buenas, como música de jazz, las versiones de temas de Duke Ellington que hacía Barbara Hendricks, excelente cantante, sin embargo, exclusivamente en el terreno de la lírica

Tengámoslo claro, en el jazz se puede tocar de todo, o casi de todo, pero si hablamos de jazz de verdad, hay que infundir en las interpretaciones ese tratamiento del sonido a imagen de los cantos populares afroamericanos y ese ritmo tan especial y estimulante que llamamos swing, porque como decía Duke Ellington: It Don’t Mean A Thing If It Ain’t Got That Swing!

 

Ricard Gili, Fundació Catalana Jazz Clàssic