Bruce Jentleson: “Necesitamos una alternativa a la política exterior de Trump, no sólo oposición”


Bruce Jentleson es una de las voces más respetadas de Estados Unidos en relaciones internacionales, combinando el rigor académico con una experiencia directa en el ámbito político. Profesor distinguido William Preston Few de Políticas Públicas y profesor de Ciencia Política en la Universidad de Duke, Jentleson ha trabajado en varias administraciones estadounidenses, incluido como asesor principal en el Departamento de Estado durante los mandatos de Clinton y Obama. Este verano, como Profesor Visitante del IEN en el Institut Barcelona d’Estudis Internacionals (IBEI), aporta una perspectiva aguda y con base histórica a los retos de la política exterior estadounidense contemporánea: desde el auge del nacionalismo hasta el cambio climático, el declive de las instituciones multilaterales y la incertidumbre de los cambios en el poder global.
En esta conversación, explora cómo Estados Unidos ha transformado su rol global, por qué Donald Trump es tanto causa como síntoma de esa transformación, y qué tipo de liderazgo se necesita para navegar en un mundo cada vez más multipolar.
¿Está el liderazgo global de EE. UU. en declive o simplemente está evolucionando?
El regreso de Trump al poder ha marcado un cambio drástico, no solo en el contenido de sus políticas, sino también en estilo diplomático. Lo que antes se consideraba liderazgo estratégico ahora está siendo reemplazado por lo que yo llamo “nacionalismo asertivo”: usar el poder estadounidense para imponer los intereses del país, incluso en contra de sus propios aliados. Dicho esto, estas tendencias preceden a Trump. Él es tanto una causa como un efecto.
¿Cómo definiría el propósito central de la política exterior bajo Trump?
En su esencia, la política exterior de Trump ha consistido en usar el poder estadounidense para conseguir lo que él percibe como interés nacional, muy acotado. Es una política transaccional y personalizada. Aunque algunas preocupaciones, como el caso del gasto en defensa europeo, son legítimas, su enfoque aleja a los aliados e ignora la cooperación global. Su versión de “America First” a menudo va en contra tanto de los valores como de los intereses estadounidenses.
¿Existe hoy un país o figura que pueda liderar a nivel global?
No creo que estemos ante un mundo con un solo líder o hegemonía. Estamos en una versión del siglo XXI de multipolaridad, donde los países no quieren elegir entre EE. UU. y China, quieren relaciones con ambos. Grupos como los BRICS lo muestran claramente. El reto ahora no es quién lidera en solitario, sino cómo construir sistemas de cooperación entre potencias mayores y emergentes. El liderazgo de hoy debe significar responsabilidad compartida, no dominación.
¿Podrían China y EE. UU. llegar a ser aliados?
No, no veo que lleguen a ser aliados, pero tampoco creo que el conflicto sea inevitable. Muchos países quieren relaciones equilibradas y no les gusta que les obliguen a tomar partido. Tanto China como EE. UU. se han excedido en ocasiones. La clave es encontrar un equilibrio donde ambas naciones persigan sus intereses sin provocar tensiones innecesarias. La cooperación, especialmente en lo económico y ambiental, es más beneficiosa que la confrontación.
¿Cuál es su valoración de la política actual de EE. UU. hacia Irán?
EE. UU. tenía un acuerdo de no proliferación nuclear con Irán negociado en 2015 que, aunque no perfecto, funcionaba en términos generales. Incluso China y Rusia lo apoyaban, lo cual es poco habitual. Trump lo retiró en 2018, principalmente porque era un acuerdo de Obama, no porque estuviera fallando. Esa decisión dañó la credibilidad de EE. UU. y puso a Irán en un camino más peligroso. Biden intentó repararlo, pero una combinación de errores de negociación y la reticencia de Irán a encontrar un terreno común, sumado al desarrollo continuado de sus capacidades nucleares, bloqueó un nuevo acuerdo.
¿Qué se puede hacer?
Las soluciones diplomáticas aún son posibles, pero con la falta de confianza y la dinámica de liderazgo actual, es extremadamente difícil. En cuanto a la política y la sociedad iraní, aunque hay una oposición generalizada al gobierno —mujeres, estudiantes y otros sectores— el cambio político sostenible debe venir desde dentro, no mediante bombas o un cambio de régimen impuesto desde el exterior.
¿Cree que la diplomacia sigue siendo una vía válida en los conflictos actuales?
Sí, pero la diplomacia requiere paciencia, experiencia y confianza; cualidades escasas hoy en día. La Guerra Fría terminó pacíficamente, algo que pocos predecían, y la paz entre Egipto e Israel llegó cuando nadie lo esperaba. Pero los líderes actuales suelen buscar victorias rápidas o espectáculos públicos, como el “Truth Social” de Trump y su diplomacia por redes sociales. China, aunque dice ser multilateralista, contradice esto con políticas como las del Mar de China Meridional. Rusia también, con su guerra de agresión contra Ucrania. Así no funciona la resolución de conflictos. La diplomacia puede funcionar, sí, pero se enfrenta a serios límites bajo los enfoques actuales.
¿Cómo fue participar en las negociaciones en Oriente Medio en los años 90?
Fue una de las experiencias más profundas de mi carrera. Formé parte del equipo estadounidense durante el proceso de paz de Oslo en los 90, trabajando con el embajador Sam Lewis. Recuerdo el septiembre de 1993, sosteniendo las cartas en las que Yasir Arafat, presidente de la Organización para la Liberación de Palestina, reconocía a Israel, e Isaac Rabin, primer ministro israelí, reconocía a la OLP como representante legítimo del pueblo palestino: una sensación de verdadero punto de inflexión. Había esperanza real entonces. Lamentablemente, se cometieron errores por todas las partes, y esa ventana se cerró. Sigo creyendo en una solución de dos Estados, pero ahora es mucho, mucho más difícil. La paz requiere valentía, y el coste de no alcanzarla sigue aumentando para ambas poblaciones.
¿Cuál es el mayor reto para la política exterior estadounidense hoy?
No se trata solo de deshacer lo hecho por Trump, se trata de repensar el liderazgo estadounidense para este siglo. El viejo internacionalismo, tanto en su versión conservadora como progresista, ya no resuena con gran parte del público. Y como he escrito, aunque ha contribuido mucho a la paz y seguridad global, también ha tenido sus fallos. Necesitamos un nuevo enfoque que reconstruya el apoyo interno, proponga estrategias más eficaces y encuentre puntos en común con otros actores globales. El cambio climático, por ejemplo, no es solo un tema planetario, también es de seguridad y económico. Pero EE. UU. no puede enfrentarlo solo ni desde una posición de dominio.
¿Cómo ve el impacto del cambio climático en la geopolítica futura?
Será uno de los mayores factores de disrupción geopolítica. Ya está provocando migraciones, conflictos por el agua y competencia por recursos. Algunas regiones podrían volverse inhabitables. Esto no siempre causa guerras, pero sí genera inestabilidad. Yo lo llamo “Destrucción Masiva Ambiental”. Sus efectos son lentos, pero muy amplios. El cambio climático ya está provocando más muertes globales que el terrorismo. Así que sí, es central para la política exterior, y no solo del futuro, también del presente.
¿En qué está trabajando ahora?
Estoy escribiendo un libro, titulado provisionalmente Más allá del anti-Trump: hacia una política exterior alternativa de EE. UU., en el que me pregunto qué viene después de “America First”. Es fácil oponerse a Trump, pero mucho más difícil construir una alternativa coherente. En los últimos dos años, desde los ataques terroristas de Hamás del 7 de octubre y la guerra israelí en Gaza, también he estado liderando una iniciativa sobre Oriente Medio en Duke, ayudando a los estudiantes a comprometerse con estos temas de forma coherente con nuestro papel como instituciones de educación superior. Además de conferencias y otros foros, esto ha incluido proyectos con ONG israelíes y palestinas para tutorías en línea con niños desplazados, intervenciones sanitarias y otras iniciativas. Estamos tratando de construir espacios de diálogo, aprendizaje y confianza. Esta generación de estudiantes tendrá que liderar un cambio a un camino mejor, y quiero ayudar a que estén preparados.
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