Jazz y política

Desde hace unos cincuenta o sesenta años, ciertos críticos e historiadores han querido leer y analizar la evolución del jazz bajo la luz de la política. Por supuesto, como toda actividad humana en el campo de la cultura, la música de jazz surge en un contexto político determinado, el que sea. Aun así, hay que ser muy cautos y rigurosos al hacer este tipo de lecturas y análisis.

Una gran parte de estos críticos e historiadores han considerado que el jazz de las primeras épocas, una música de entretenimiento, festiva, para bailar y amenizar espectáculos, era simplemente la expresión de una comunidad afroamericana que, sometida a una terrible opresión por parte de los blancos, encontraba en el jazz una forma de escapar o aliviar su sufrimiento; dicho de otro modo: el jazz era una forma alienante para no enfrentarse abiertamente y de forma beligerante al yugo al que estaba sometida la comunidad.

Jazz y PolíticaEn cambio, consideran que los estilos surgidos después de la 2ª Guerra Mundial (be-bop, hard-*bop), más complejos y, sobre todo, el surgido en los años sesenta (free jazz), de formas rompedoras, son la expresión de la revuelta de los grupos radicales (Black Power, Black Panthers) contra una situación de sumisión. Si bien, como cualquier actividad artística, un estilo puede querer expresar una determinada actitud política, una lectura algo menos superficial puede llevarnos a conclusiones de signo diferente.

El jazz de las primeras décadas y los estilos que después han seguido conservando su carácter, constituyen una música de cariz popular que da forma musical a los sentimientos y maneras de hacer propios de la comunidad afroamericana. En un entorno de opresión cultural y de permanente lavado de cerebro en que los negros tienen que escuchar, día sí y día también, que son una raza inferior, el hecho de mantenerse fieles a sus formas de expresión populares y tradicionales, es una manifestación de resistencia cultural que tiene un valor y un significado político innegables.

En sentido contrario, aquellos estilos que de forma explícita quieren denunciar y combatir una situación de opresión, pero lo hacen despreciando el lenguaje que han heredado de sus antecesores para adoptar otro inspirado en formas musicales ajenas (música europea contemporánea, dodecafónica, atonal, etc.), en cierto modo, a pesar de lo que quieren explicitar, están traicionando, de hecho, su identidad cultural, están rindiéndose a la presión cultural e intelectual que plantea el adversario y están jugando a su juego. Y esto también tiene significado político.