La música de jazz y los jovenes

Antes de la Guerra Civil, también en la posguerra y hasta bien entrados los años ’60, el jazz era una música que interesaba a la juventud: compraban discos, los escuchaban, los bailaban, discutían sobre tal o cual músico, o sobre tal o tal estilo y, en la medida en que lo permitía su capacidad económica, asistían a los conciertos e iban a las cavas de jazz. Desde hace unos cincuenta años, esta afición por el jazz entre los jóvenes se ha ido desvaneciendo, fundiéndose. Basta con ver la media de edad de la gente que asiste a los conciertos: la juventud se encuentra en una franca minoría.

Curiosamente y en sentido contrario, durante estos cincuenta años de pérdida de público joven, la aparición de escuelas de música en las que se enseña jazz ha facilitado la aparición de un cierto contingente de jóvenes músicos, técnicamente muy bien preparados, que no corresponde al poco interés general por el jazz que se manifiesta entre la juventud.

Lo curioso del caso es que cuando los jóvenes tienen la oportunidad de asistir a un buen concierto de jazz, bien sea porque los músicos actuantes son jóvenes como ellos, es decir, son colegas, o bien, porque se han dejado convencer y tienen la suerte de escuchar a alguno de los maestros actuales, su reacción suele ser del todo entusiasta.

Entonces, ¿por qué esa falta de público joven de la música de jazz? Creemos que existen dos razones principales.

La primera es la influencia del entorno, básicamente, la del entorno mediático que tanta fuerza tiene en el mundo actual. En los medios, el jazz ha quedado arrinconado, casi olvidado. Basta con compararlo con el bum-bum que se hace en torno a los conciertos de las grandes estrellas del rock o en relación a los concursos televisivos para los jóvenes (Euforia en TV3). Y los jóvenes, un grupo humano muy influenciable, con tendencia al gregarismo, se dejan arrastrar por esta presión para no quedarse descolgados de la moda.

La segunda razón, que explica y en buena parte está en el origen de lo que acabamos de decir, radica en que buena parte de lo que se presenta como jazz ha abandonado su naturaleza de música cálida, directa, bailable, estimulante, para convertirse en una música críptica, aburrida, con ínfulas de intelectualismo, sólo para especialistas, esnobs y gente que acepta el aburrimiento si puede presumir de sabio y simular que están por encima del resto de los humanos. La imagen que tiene la mayoría de la juventud en relación a lo que se llama jazz, es esta imagen tan poco atractiva que acabamos de describir. Así pues, quienes creemos que el jazz es una música perfectamente apta y enriquecedora para la juventud, debemos hacer lo posible para mejorar esta mala imagen, promocionando la cara más atractiva del jazz, haciendo que los jóvenes músicos asuman ser los que transmitan esa imagen atractiva hacia sus coetáneos. Si esto diera sus frutos, quizás los medios prestarían una mejor atención al jazz y la situación cambiaría.