Pere Mateu: «La creación del IEN supuso un gran paso para la divulgación de la astronomía y la astronáutica en Cataluña»
A principios de la década de 1950, el doctor Josep Maria Poal y el ingeniero y arquitecto Josep Maria Bosch Aymerich coincidieron en Nueva York por motivos profesionales. Ambos quedaron maravillados por la cultura norteamericana y regresaron a Barcelona decididos a crear una entidad que conectara a Catalunya y Estados Unidos. Así fue cómo nació el Instituto de Estudios Norteamericanos. Una de las primeras personas en sumarse al proyecto fue Pere Mateu Sancho.
Nacido en 1929 en Barcelona, ha dedicado toda su vida al estudio y divulgación de la astronomía y la astronáutica. Diplomado en Ciencias y Tecnologías del Espacio por la Universidad Politécnica de Catalunya, se encargó durante décadas de dinamizar actividades sobre las disciplinas del espacio en el seno del IEN, de donde formó parte de la junta. También ha sido miembro fundador de la Asociación Astronómica ASTER, presidente del Comité Organizador de las Semanas Astronáuticas de Barcelona y colaborador del histórico semanario Destino y La Vanguardia. Ha participado en congresos en todo el mundo y ha publicado estudios por la NASA. En 1972, fue miembro de una expedición científica estadounidense a la Antártida.
Usted empezó a hablar de astronáutica en Barcelona en la década de 1950, cuando poca gente sabía todavía qué quería decir. ¿Cuándo se interesó?
En casa, mi padre era antivacaciones. De jóvenes, cuando mi hermano y yo empezábamos las vacaciones escolares, nos animaba a seguir aprendiendo. Nos compraba, entre otras, las publicaciones de astronomía que editaba Ignasi Puig, director del Observatorio del Ebro, y yo las leía de cabo a rabo. Pronto me interesó mucho todo lo que se explicaba en esta y otras publicaciones. Si bien profesionalmente me dediqué al mundo de la construcción, la primera obra en la que colaboré ya fue el diseño de la cúpula para un observatorio astronómico, en la azotea de un edificio en el Passeig de Gràcia de Barcelona.
Difundir la astronáutica por aquel entonces, ¿era complicado?
No fue sencillo. La astronomía y la astronáutica eran dos disciplinas que se desarrollaban, sobre todo, en Estados Unidos y en la Unión Soviética. En la década de 1950, España era un país aislado internacionalmente y al que llegaba poca información del exterior. Sin embargo, un grupo de catalanes interesados en la materia decidimos fundar la Agrupación Astronómica ASTER, una entidad privada a través de la cual se pretendía fomentar el interés por la práctica y la teoría de la astronomía. En Cataluña, proyectos así tan sólo existían dos: el nuestro y la Sociedad de España y América.
Casi en paralelo, Josep Maria Poal y Josep Maria Bosch Aymerich fundaron el Instituto de Estudios Norteamericanos
Correcto. En 1951, ambos crearon el IEN, con el objetivo de conectar las culturas catalana y norteamericana. Enseguida, el proyecto captó la atención de varios intelectuales, que estaban muy interesados en cuestiones científicas, tecnológicas y culturales. Juntos, decidieron que crearían secciones internas dedicadas a estudiar y divulgar especialidades muy distintas. Un grupo debatía sobre el derecho estadounidense; otro investigaba sobre las corrientes pictóricas de Estados Unidos; un tercero indagaba en torno a las novedades médicas que habían surgido… Me gustaría subrayar que era una institución catalana, creada por catalanes y sin finalidad política.
Y usted se añadió para impulsar la sección sobre astronomía y astronáutica. ¿Qué recuerda de aquellos primeros años?
Tanto a Josep Maria Poal como a mí nos entusiasmaba el espacio. De hecho, nos conocimos en una exposición que organizamos desde ASTER, en el Ateneu Barcelonès, llamada Espacio sin límites. Cuando se puso en contacto conmigo para proponerme ser miembro de la junta del IEN, me sentí muy afortunado. Todos teníamos muchas ganas de poder obtener información sobre Estados Unidos. Necesitamos alquilar un local. Lo encontramos en la Via Laietana. Era una pequeña habitación en la que podíamos poner una mesa en el centro para reunirnos, pero también donde podíamos dar clases de inglés, con la ayuda de una profesora que contratamos. Cabe recordar que entonces el idioma extranjero que se estudiaba en las escuelas era el alemán. Al cabo de un tiempo, cuando el proyecto ya se volvió más sólido, nos trasladamos a un piso de la calle Valencia. Esa fue nuestra primera sede como es debido.
En 1959, la visita del presidente Eisenhower a España supuso un paso al frente, también para la astronomía.
Muy poca gente estaba preparada para oír hablar de satélites artificiales. Pero nuestras conferencias y exposiciones tenían un éxito notable. Siempre se llenaban. Cuando Eisenhower visitó España y se abrazó con las autoridades españolas, la prensa y los medios de comunicación empezaron a hablar más de Estados Unidos. De repente, los titulares y las informaciones que llegaban de allí eran más detalladas.
Hablando de la prensa, usted escribió durante muchos años sobre astronomía y astronáutica en el prestigioso semanario Destino. ¿Cómo lo vivió?
Firmaba artículos, muchos a página entera. A mí, poder divulgar estas disciplinas me parecía muy necesario. Allí conocí a Josep Pla, quien tenía un gran interés por estos temas. Recuerdo cómo me pedía que le hablara de los satélites artificiales, su curiosidad sobre viajar por el espacio y la posibilidad de llegar a otros planetas. Durante la década de 1960, la astronáutica y la astronomía se pusieron de moda y la carrera espacial entre Estados Unidos y la URSS ocupó grandes espacios en los medios. En Barcelona, organizamos un montón de conferencias. El Consulado de Estados Unidos y la Casa Americana nos tenían en muy buena consideración y nos ayudaban dándonos informaciones interesantes. Sabían que contribuíamos también a establecer puentes entre las dos culturas.
Precisamente, desde el IEN impulsaron la celebración de San Valentín en Cataluña. ¿Cómo fue?
En Barcelona, San Valentín se celebraba poco. Nosotros decidimos popularizar la fiesta, explicando a la sociedad catalana de que se trataba. Para ello, organizamos un acto anual en el Hotel Ritz. Cada año atrajo el interés de más personas. La prensa hablaba de ello. El Instituto de Estudios Norteamericanos pasaba por un gran estado de forma, pero a nivel económico tenía problemas. Aunque un montón de personas querían estudiar inglés y se interesaban por nuestros eventos, no podíamos pagar el alquiler de un local del Paseo de Gracia. Lo comentamos con el embajador. Pudimos solucionar el problema construyendo el edificio de la Vía Augusta. El Instituto de Estudios Norteamericanos supuso un paso adelante para el conocimiento de la astronáutica y la astronomía en Cataluña, y también de otros ámbitos.
La pasión por la astronáutica le llevó a formar parte de una expedición a la Antártida. ¿Cómo lo logró?
En los años 70, había elaborado un trabajo sobre cómo las técnicas para construir edificios en la Antártida podían servir también para realizar construcciones en la Luna. Lo expuse en un congreso de astronáutica en Bruselas y los miembros de la delegación de Estados Unidos se fijaron en él. Les interesaba mucho el tema. Se dieron cuenta que podían aprovechar parte del dinero que invertían en investigar temas espaciales para el establecimiento de bases en la Antártida. Los acompañé en una expedición de todo un mes. Fue espectacular. Cruzamos el casquete polar. Es el sitio más fabuloso y diferente que he visto en mi vida. Entonces todavía faltaban unos diez años para que España inaugurara su primera base.
¿Cree que el hombre podrá volver a pisar la Luna en breve?
La vuelta del hombre a la Luna es casi un hecho. Yo, que tengo 93 años, quizás no lo vea, pero si viviera unos pocos más, seguro que lo presenciaría. El reto importante actualmente es poder ir a Marte. Eso sí será complicado…
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