Jordi Albó: «Desde Boston, ayudamos a crear tecnologías que generan impactos positivos en Barcelona»
Por Marc Amat
Desde hace años, Jordi Albó trabaja para mejorar la calidad de vida de las personas gracias a la tecnología. Nacido en Arbúcies (Girona), ha desarrollado una larga carrera en el mundo académico en España, Holanda y Estados Unidos, intentando contribuir a la transferencia de conocimiento entre el sector educativo y el ámbito empresarial. Ha impulsado proyectos basados en inteligencia artificial emocional y en plataformas de computación en la nube que se han aplicado en entornos educativos y sanitarios. Actualmente, es cofundador de Lighthouse, una empresa con sede en Boston -donde reside- y con un pie en Barcelona, que se nutre del talento del ecosistema innovador de la ciudad norteamericana para solucionar retos y necesidades en el sur de Europa, en África y en América Latina.
Después de años trabajando en todo el mundo, decidió aterrizar en Boston.
Sí. Es una ciudad increíble, inspiradora, llena de talento y oportunidades. En 2019, con Esteve Vilella y Parfait Atchadé, vimos claro que la capital de Massachusetts tenía el ecosistema ideal para fundar Lighthouse, un proyecto que hacía tiempo que me rondaba por la cabeza. Queríamos crear una empresa que guiara a las personas emprendedoras en el viaje de desarrollar sus ideas disruptivas. Pero al mismo tiempo, teníamos la ambición de que sirvieran para cubrir necesidades de otros territorios que no cuentan con ecosistemas emprendedores tan avanzados. Personalmente, mi gran sueño siempre ha sido mejorar Cataluña. Con el paso de los años, me di cuenta que sólo podía conseguirlo si se marchaba fuera. Por eso, desde Lighthouse hemos abierto una empresa subsidiaria en Barcelona a través de las cuales ponemos en contacto y enriquecemos los dos ecosistemas de innovación: el catalán y el de Boston.
Sin embargo, son dos entornos muy diferentes donde innovar.
Absolutamente. Para empezar, hay grandes diferencias culturales y religiosas que condicionan la forma en que se emprende en un lugar y en el otro. En Boston, cuando llegamos, nos recibieron con los brazos abiertos. De entrada, ya te otorgan un alto grado de confianza inicial y si demuestras que realmente no les haces perder el tiempo, te ayudan a sacar adelante tu proyecto sin miramientos. Saben que, si te acompañan hacia el éxito, acabará repercutiéndoles positivamente. La fórmula es la siguiente: gracias a su apoyo, tú enriqueces el ecosistema de la ciudad y, de rebote, el ecosistema enriquecido les beneficia a ellos, también. En Cataluña, las cosas son muy distintas. La tradición cultural ha modelado la forma en que se emprende. Impera la cultura del enriquecimiento individual por encima del bien común y existe una aversión al riesgo enorme cuando, precisamente, emprender es arriesgarse. En Boston, equivocarse es visto como un éxito: permite aprender y seguir evolucionando. En Cataluña, es un fracaso.
Aun así, usted se ha adaptado muy bien.
Siempre me han dicho que tengo una mentalidad muy americana. La clave es tener claro lo que se quiere y apostar fuerte para conseguirlo. Intento participar en todos los proyectos que me interesan e ir muy por libre. En el ámbito de la emprendeduría es importante ser poco disciplinado. No sirve de mucho trazar planes y dibujar estrategias a cinco años vista, porque el mundo cambia muy rápido. A una persona emprendedora nunca le gusta que le digan exactamente qué y cómo debe hacer las cosas y, en Cataluña, se tiene tendencia a quererla controlar.
Sin embargo, están floreciendo puentes entre Barcelona y Boston, y usted contribuye. ¿Cómo se percibe, desde ahí, el ecosistema innovador catalán?
Cataluña se ve como un país de oportunidades. Aun así, todavía hay dos escollos importantes que es necesario trabajar para solucionar. En primer lugar, las dificultades burocráticas que existen para poder constituir una empresa e importar talento extranjero. En Estados Unidos, hay unas reglas muy claras. Si las cumples y llegas a sumar, eres bienvenido. Allí, constituimos Lighthouse en una semana, mientras que, en Cataluña, para poner en marcha la empresa subsidiaria, tardamos seis meses. El otro reto a superar es el constante cambio de legislación. En Boston, cuando se cambian las reglas del juego, te avisan con mucha antelación y siempre tienen en cuenta que empezaste la actividad con unas reglas previas. Aquí, no suele ser así.
Ha dedicado muchos años a mejorar la transferencia de conocimiento entre el mundo universitario y el sector empresarial, tanto aquí como en Boston. ¿También detecta diferencias?
Muchas. La transferencia de conocimiento es radicalmente distinta. En Boston, la interacción entre ambos mundos es mucho más elevada. De hecho, en Estados Unidos, en la escuela ya fomentan el emprendimiento. Muchos jóvenes sueñan con ser personas emprendedoras. Allí, el emprendimiento está en todas partes. Está inculcado en el ADN. Estar enfermo es, en sí mismo, un ejercicio de emprendeduría: debes tener recursos suficientes para poder completar todas las acciones que requieres para mejorar tu estado de salud, en un calendario concreto. En cambio, en Cataluña, una de las aspiraciones que se encuentra a menudo en las aulas es ser funcionario. Pero, más allá de eso, en Boston el propio ecosistema juega mucho a favor de la transferencia de conocimiento. Mucha gente se ha dado cuenta que la ciudad es un hub enorme de talento y cada vez más personas buscan asociarse con ese talento para sacar adelante sus ideas. Dicho de otra manera: la presencia de talento comporta que se genere una transferencia natural de conocimiento entre las universidades y las empresas. En Cataluña, el ecosistema todavía no es lo suficientemente atractivo y, que haya empresas que puedan generar dinero gracias a su vinculación con el sector de la educación no acaba de estar bien visto.
Más allá de la relación entre entornos universitarios y empresariales, con Lighthouse también está impulsando puentes con el sector sanitario catalán.
Sí. El Hospital Sant Joan de Deu de Barcelona, por ejemplo, se me dirigió para que analizáramos cómo podíamos aprovechar todo el conocimiento que se estaba generando en Boston, con el objetivo de solucionar algunas de las necesidades que tenía el centro. Se habían dado cuenta, por ejemplo, que el hecho de tener que someterse a una intervención médica generaba mucho estrés a los niños. Este hecho les podía causar dolores crónicos y tener que empezar a medicarse. Para paliar esta situación estresante, propusimos que los trayectos hasta el quirófano se pudieran realizar en un coche teledirigido de juguete con el niño en el interior. Lo desarrollamos en forma de proyecto y buscamos empresas en Boston que quisieran financiarlo. De manera muy rápida nos aliamos con Hyundai. El resultado fue un coche para niños relleno de sensores y activadores que, mediante la inteligencia artificial, permite monitorear su estado en todo momento y contribuir a reducirle la ansiedad y el estrés. En el proyecto trabajó gente cargada de talento de un montón de nacionalidades, con Boston como punto de unión y Barcelona como ciudad en la que se aplicó el proyecto. Es un ejemplo de cómo desde Boston podemos ayudar a desarrollar tecnologías que generen impactos positivos en Cataluña.
En Boston hay gente de muchas nacionalidades. ¿Ha sido también el destino de mucho talento catalán?
Por supuesto. De hecho, es muy habitual ir de compras a un supermercado o entrar en una cafetería y sentir que alguien está hablando catalán. Culturalmente Boston y Barcelona son dos ciudades que tienen puntos en común. Muchos de los catalanes que tienen inquietudes en la vida y que deciden irse al exterior aterrizan en Boston. Aquí se sienten más valorados que ahí. Es una pena, porque es un claro ejemplo de drenaje de talento. En Barcelona, estas personas enriquecerían mucho el ecosistema innovador de la ciudad, pero es que, en la capital catalana, hacer nacer proyectos así es todavía muy complicado. Yo añoro Catalunya todos los días, pero me quedaré en Boston durante muchos años. Volver a casa significaría dejar de poder beber mucha agua para conformarme con cuatro gotas al día.
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